El privilegio más alto al que puede
aspirar un ser humano, es convertirse en hijo del Dios Altísimo. Ese privilegio
se hace realidad cuando en un acto consciente de nuestra voluntad, creemos en
Jesucristo como Salvador de la humanidad y le recibimos en nuestro corazón como
Señor y Rey de nuestra vida.
De esta manera todos los
cristianos hemos conocido y recibido al Señor, y por consiguiente nos hemos
convertido en hijos de Dios, según lo expresa el evangelio de S. Juan 1:12 :“Mas a todos
los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios;”. Pero esta nueva relación va mucho
más allá de lo que imaginamos. Dios como Padre comienza en nosotros el proceso
de formación que necesitamos para que cada día más nos parezcamos al Hijo por
excelencia.