BIENVENIDO A MENSAJEROS DE VIDA ETERNA

Espero que el contenido de los temas expuestos en este blog, sirvan para que tu vida sea cimentada y edificada en la Palabra de Dios que produce vida en todo aquel que la recibe.

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RAIMOND ESCORCIA ROMERO
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viernes, 10 de noviembre de 2017

BAJO EL CUIDADO DE DIOS

https://youtu.be/aYHqXNbLHp8
En este capítulo de Mateo el Señor Jesús está enseñando a los discípulos varias lecciones que necesitarán para cuando Él ya no esté con ellos, y para enseñarles estas lecciones, lo hizo poniendo en medio de ellos, a un niño como ejemplo. En los versículos 10 al 14, les está enseñando la importancia que tienen los más pequeños en el reino de los cielos, y que ellos no deben despreciarlos, porque para Dios son tan importantes, que tiene ángeles con ellos para que los custodien, y esos ángeles ven siempre el rostro del Señor, es decir, a Dios le informan acerca de todo lo que ocurra con esos pequeñitos.

Les dice además que, Él vino a salvar lo que se había perdido, reafirmándoles lo dicho en el versículo anterior, cuando les dijo que no debían despreciarlos.

Posteriormente, confirma lo dicho en los dos versículos anteriores a través de una parábola, diciéndoles que, si un hombre pierde una de sus ovejas, deja a las demás y se va a buscar a la que se le ha perdido; y si llega a encontrarla, se alegra por haberla recuperado, mucho más que por las que no se descarriaron.

Nótese que el Señor no dice que a aquel que se le pierde una oveja, abandona a las demás, sino que las deja, es decir, se asegura que no se le vaya a perder alguna otra, y luego sí se va a buscar la que se le perdió. Esta parábola la dice con el objeto de hacerle entender a los discípulos que así debían hacer ellos, no dejando perder ninguna de las ovejas que el Señor pondría bajo su cuidado.

Esta enseñanza la reitera posteriormente a Pedro, cuando después de resucitado, el Señor le pregunta en tres ocasiones diciendo: “Pedro, ¿me amas?”, y en donde, después de recibir tres veces la respuesta afirmativa de Pedro, le encarga diciendo en las tres ocasiones: “Apacienta mis corderos”, “Pastorea mis ovejas” y “Apacienta mis ovejas”.

Y termina el Señor, en el versículo 14 diciéndoles que, la voluntad de Dios es que no se pierda ninguno de sus pequeñitos.

Ahora bien, no quiere decir que para causarle alegrías al Señor, debamos andar perdidos, pues una oveja o un cordero perdidos y lejos de su pastor, son presa fácil de las fieras del campo, y la Palabra de Dios nos enseña que nuestro adversario el diablo, anda alrededor como león rugiente, buscando a quien devorar.

Así que ten cuidado de no alejarte de tu rebaño y de aquel a quien Dios puso para que cuide de tu vida.

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jueves, 9 de noviembre de 2017

ENFRENTANDO LOS TROPIEZOS

https://youtu.be/TwQpUUR4Cv0


En Mateo 18:6-9, nos encontramos con una enseñanza muy importante de parte del Señor Jesús y son los tropiezos. Pero antes de meditar en las palabras de Jesús, entendamos a qué se refiere la palabra “tropiezos”.

Tropiezos: gr. σκάνδαλον, que es una derivación de σκάνδαλο (escándalo) que significa: “acto, discurso, comportamiento o evento que causa desaprobación, indignación, aversión, porque entra en conflicto con las leyes de moralidad y la decencia”.

Visto desde este punto de vista, lo que el Señor dijo en aquel momento fue: “Cualquiera que haga actuar, hablar, comportarse o realizar cualquier evento a alguno de estos pequeños que creen en mí, en contra de la moral y la decencia, provocando desaprobación e indignación, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiera en lo profundo del mar”.

La ampliación de la palabra “tropiezo”, nos deja ver el celo e indignación que le produce al Señor, que alguien sea el causante de una mala conducta de parte de aquellos hijos de Dios que han llegado a hacerse como niños. Y lo que dice es que, a tal persona, le sería mejor hundirse con una piedra de molino de asno amarrada al cuello en el fondo del mar. ¡Tal es el celo de Dios por esos hijos que han llegado a hacerse semejantes a un niño!

Esto cobra mucha importancia para los creyentes, porque el Señor no dice “Ay de aquellos que tropiezan”, sino “Ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo”. Y es vital que todo creyente lo entienda porque nos enseña dos cosas tremendas: primero, que el Señor ya daba por hecho que era inevitable que, aun después de haber recibido a Cristo en nuestros corazones, volviéramos a cometer pecados, o dicho de otra manera, Dios sabía que por el hecho de ser cristianos no estábamos exentos de volver a pecar, e incluso dice que es necesario que vengan esos tropiezos, tal vez queriendo referirse que tales tropiezos servirían para la formación de nuestro carácter y para que se hiciera evidente su amor, su gracia y su misericordia; y segundo, que quien debe temer no es el cristiano que ha caído o tropezado, sino aquel que es responsable de ese tropiezo o caída.

Los versículos 8 y 9 nos permiten entender que los tropiezos nos permitirán darnos cuenta de nuestras debilidades, y así poder luchar contra ellas. Es obvio que el Señor no hablaba literalmente de mutilar nuestro cuerpo, que además es templo donde mora el Espíritu Santo, sino de apartar de nosotros todo aquello que se convierte en ocasión de caer. Si alguien roba tiendo dos manos, ¿dejará de hacerlo si corta una de ellas? O si alguno mira con lascivia a una mujer, ¿cambiará por el hecho de mirarla teniendo un solo ojo? Por supuesto que no, pues el mismo Señor Jesús enseña que nuestras acciones se producen por lo que hay en nuestro corazón, y en ese orden de ideas, deberíamos sacar es nuestro corazón, no el músculo que se encarga de bombear sangre a todo nuestro cuerpo, sino aquel centro de nuestro ser donde se generan todas nuestras actitudes y palabras.

No te desanimes si has caído, pues lo que debes hacer es levantarte y luchar por quitar de ti aquellas debilidades que te hacen caer.

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miércoles, 8 de noviembre de 2017

VOLVIENDO A SER NIÑOS

https://youtu.be/f-QcGRN6HVE

En Mateo 18 nos encontramos con que los discípulos querían saber quién era mayor en el reino de los cielos, tal vez imaginándose que el mayor sería aquel que mostrara más milagros, aquel que más demonios echara fuera, el que sanara más enfermos, el que demostrara más autoridad o cosas semejantes.

Quizás, en sus corazones, estaban pensando en los privilegios que podrían tener en el reino de los cielos. Pero Jesús, llama a un niño, lo pone en medio de ellos y les dice: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”.

Los niños tienen unas características muy especiales, que hacen que su carácter sea el que Dios quiere que haya en nosotros. Los niños son genuinos, no piensan en guardarle apariencia a nadie, son sinceros a la hora de hablar, no fingen emociones, ni son hipócritas, son ingenuos para la maldad, sensibles a la necesidad de las personas y bondadosos. Los niños, además, creen sin mayor dificultad todo lo que les dicen sus padres, y aunque venga alguien más para intentar convencerlos de lo contrario, su credibilidad y confianza están en lo que sus padres les hayan enseñado. Tampoco dudan de las promesas de sus padres, para ellos no existe la más mínima posibilidad de que sus padres les fallen en aquello que les han prometido.

Pero en la medida en que vamos creciendo, vamos perdiendo aquellas cosas, hasta que, llegando a una edad adulta, nos volvemos insensibles, egoístas, hipócritas, maquinamos el pecado en nuestras mentes y corazones, mentirosos y muchas cosas más. Cuando Dios nos promete algo, si al poco tiempo no vemos cumplida la promesa, nos llenamos de dudas, nos argumentamos nosotros mismos que tal vez entendimos mal, o peor aún, hasta podemos llegar a pensar que Dios nos mintió.

Y entonces continúa diciendo el Señor: “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe. Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar”.

Ahora, el Señor habla de la labor que estarán haciendo aquellos que se han vuelto niños y es la predicación del evangelio de salvación. Todo aquel que reciba a uno de sus discípulos, lo está recibiendo a Él mismo. Pero también, a todo aquel que sea de tropiezo para uno de sus pequeñitos, le iría mejor si pereciera en el fondo del mar.


Meditemos, cuánto de ese carácter de niño hemos perdido con el pasar de los años, y esforcémonos por recuperarlo. No permitamos que la edad adulta nos haga perder esa humildad y sencillez que teníamos cuando éramos unos niños, porque precisamente eso es lo que Dios quiere ver en nosotros.

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martes, 7 de noviembre de 2017

UNA LECCIÓN PARA PEDRO

https://youtu.be/ougXRFdPKvY

El evangelio de Mateo nos cuenta cómo en cierta ocasión, llegan a la casa en donde estaba Jesús, los cobradores del impuesto de las dos dracmas (medio siclo “shékel” judío), el cual era el impuesto que debía ser pagado para el mantenimiento del templo y sus servicios por todos los judíos varones de veinte años para arriba, el cuál era un impuesto eclesiástico.

Éstos, le preguntan a Pedro si Jesús iba a pagar las dos dracmas correspondientes al valor de su impuesto, a lo que Pedro, sin consultar con Jesús, responde que sí. Cuando Pedro entra a la casa para decirle a Jesús, el Señor se le adelanta, preguntándole a quien le cobran sus impuestos los reyes de la tierra. Él le hace esta pregunta a Pedro esperando una respuesta obvia de su parte, y el objetivo era darle una importante enseñanza.

Después de que Pedro le respondiera que los impuestos, los reyes no los cobran a sus hijos sino a los extraños, Jesús le dice “luego los hijos están exentos”, dando a entender que Él, por ser el Hijo de Aquel que había establecido el impuesto, no estaba en la obligación de pagarlo. Al decir “los hijos están exentos”, nuestro Señor se refiere a únicamente a Él, y no está incluyendo a los discípulos en su relación con Dios. El Señor en ninguna ocasión se menciona a sí mismo junto con los discípulos al hablar de su relación con Dios, sino que siempre menciona su relación con el Padre, separada de la relación de los seres humanos con Dios Padre, pues incluir a los discípulos en esta exención, sería enseñarles que los creyentes están eximidos de los pagos exigidos para el sostenimiento de la obra de Dios.

El Señor, por lo tanto, al decir “los hijos”, lo hace para expresar el principio general usado por los soberanos, de no cobrar impuestos a sus propios hijos. Por lo tanto, entre ellos dos, únicamente Pedro estaría en el deber de pagar dicho impuesto. Pero, aun así, el Señor decide pagar el impuesto. No haberlo hecho, hubiera dejado mal a Pedro, quien había respondido a los cobradores del impuesto, que Jesús sí pagaría las dos dracmas.

Podríamos pensar que, si Jesús iba a pagar el impuesto, ¿para qué se molestó en darle tales explicaciones a Pedro?

La respuesta a esta pregunta, nos lleva a entender que la intención de Jesús era enseñarle a Pedro que Él estaba libre de los compromisos humanos, y por esta razón, es que Jesús no quiso darles esta respuesta a los cobradores del impuesto. La lección no era para ellos, sino para Pedro, quien, sin saber que Jesús como Hijo de Dios Padre, estaba exento del tal impuesto, lo había comprometido al decir que Él sí pagaría.

Los cobradores del impuesto se sentirían ofendidos, si después de haberles dicho que Jesús sí pagaría y haberles hecho esperar, saliera Pedro a decirles que ya no. Aquí vemos entonces que Jesús envía a Pedro a conseguir el dinero con el que había comprometido al Señor, aunque no le encarga una tarea difícil para Pedro, ya que siendo él un pescador, lo envía a sacar el dinero de la boca de un pez que debía él pescar. En esto, vemos que el Señor en su sabiduría y misericordia, lo envía a realizar una tarea para la cual Pedro estaba más que calificado, dándole provisión para pagar por él mismo y por el Señor, a quién ingenuamente había comprometido.

Obsérvese que nuestro Señor no dice “por nosotros”, sino “por mí y por ti”; para hacer una distinción entre Él, quien estaba eximido del pago, y el discípulo, quien no estaba eximido.


De aquí podemos meditar en tres conclusiones para nuestra vida: primero, que mientras no nos movamos de la voluntad de Dios, podemos contar con Su respaldo; segundo, que Dios siempre enviará la provisión que necesitamos; y tercero, que Dios nunca nos pedirá hacer algo para lo cual no estemos capacitados. Esto debe llevarte a desarrollar una confianza tal en el Señor, que puedas estar seguro siempre de Su respaldo, Su provisión, Su sabiduría y Su fidelidad.

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