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miércoles, 27 de septiembre de 2017

HABLAR MÁS DE LA CUENTA


¿Recuerdas en cuantos líos te has metido por abrir tu boca para decir lo que no debías? Probablemente son tantas que no podrías decir una cantidad exacta. Y es que hablar más de la cuenta, es algo que nos ha sucedido a todos los seres humanos, y hemos tenido que lidiar con consecuencias que pasan desde vergonzosas y fastidiosas, hasta dolorosas, cuando por causa de nuestras palabras, hemos herido a alguien que amamos.

Jesús acababa de expulsar un demonio que había poseído a una persona, dejándola ciega y muda, y fruto de la liberación hecha por Jesús, este hombre había recuperado la vista y el habla. Esta señal fue presenciada por muchos testigos, de tal manera que empezaron a preguntarse si Jesús era aquel Mesías prometido en las Escrituras.

Pero en ese momento, relata el evangelista, los fariseos llevaron las cosas más allá de lo inimaginable, pues a causa de la envidia y por el deseo de ofender a Jesús, llamaron Beelzebú, príncipe de los demonios, nada más ni nada menos que al Espíritu Santo de Dios. ¡Vaya error irreparable! Su envidia y deseos de ofender, les aseguró una eternidad en lo que conocemos con el nombre de infierno y que el Señor Jesús llamó lugar de los tormentos o tinieblas de afuera y que describe como el lugar donde será un lloro y crujir de dientes.

Ya estos personajes no tenían posibilidad de arrepentimiento, pues cometieron (sin querer queriendo), la tontería de comparar al Espíritu de Dios, santo e indescriptiblemente puro, con un demonio, atestado de maldad. Cualquier otro pecado que hubieran cometido, habrían tenido la oportunidad de arrepentirse y ser perdonados. Pero un momento de ira, motivado por sentimientos de envidia y por la ignorancia que tenían de Dios, aunque manejaran la Ley de Moisés al derecho y al revés, había dejado dictada ya su sentencia.

La Palabra de Dios nos enseña a ser prudentes y no hablemos más de la cuenta. Nos enseña también a descontaminar nuestro corazón de toda mala actitud, pues, "de la abundancia del corazón, habla la boca". Por eso le dijo Jesús a los fariseos: "Haced el árbol bueno y bueno su fruto, o haced el árbol malo, y malo su fruto", porque no tiene sentido que un buen árbol produzca mal fruto, ni tampoco que un mal árbol produzca buen fruto.

De lo que haya en nuestro corazón, sea bueno o sea malo, será lo que produzcamos como fruto, es decir, nuestras acciones y palabras. Pero de todo ello, dice el Señor Jesús, tendremos que dar cuenta a Dios, cuando Él nos llame a juicio. Porque por nuestras palabras seremos justificados o seremos condenados. Y esto no difiere del ser justificados por medio de la fe, como enseña la Palabra de Dios, ya que nuestras palabras hablarán de la fe que realmente hay en nuestro corazón.

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