A lo largo de nuestra vida, pasamos por muchos momentos en los cuales nos sentimos agobiados y con ganas de tirar la toalla. Hay momentos en los cuales parece que los esfuerzos que hacemos para salir de tantos problemas, son infructuosos y sentimos que no podemos más. Situaciones en nuestro trabajo, en nuestros estudios, en el hogar, a nivel personal, o en ocasiones todas juntas, consumen no solo nuestras fuerzas, sino muchas veces también, nuestra esperanza.
Lo bueno de todo esto, es que tenemos un Dios que conoce a la perfección estas emociones. Nuestro Señor Jesús, a lo largo de su vida aquí en la tierra, experimentó todo tipo de sentimientos. En ocasiones experimentó cansancio físico, pero en otras, experimentó agobio en su alma. Pero Él siempre acudió a los brazos de nuestro Padre Dios, en donde hallaba descanso y podía renovar sus fuerzas, porque de lo contrario, hubiera podido sucumbir ante la difícil labor que realizaba.
Y es que, cuando nos adentramos en la Escrituras, vemos que su vida no era para nada fácil. Atendió diariamente a las multitudes (quienes trabajan en atención al público saben cuán desgastante puede ser esta labor), recibía críticas y persecución frecuentemente de sus enemigos (escribas, fariseos, saduceos) quienes buscaban encontrar en Él el más mínimo error para destruirle (aunque nunca pudieron hallar en Él el más mínimo error).
¿Cuánto tiempo podríamos soportar nosotros una labor como la que realizó el Señor, cuando desarrolló Su ministerio en la tierra? Probablemente, no mucho. Hoy en día, cuando en nuestro trabajo enfrentamos situaciones que nos ponen bajo presión, fácilmente estallamos, y hasta es probable que busquemos renunciar para ir a trabajar en otro lugar.
Pero como mencionaba anteriormente, el Señor conoce todas estas situaciones y nos invita a acudir a Él, para dejar toda pesada carga en Su presencia, y así, darnos descanso. Nos propone un cambio de cargas y aprender de su mansedumbre y humildad, para que no terminemos por tirar la toalla, ni explotar contra otras personas, que muchas veces, ni siquiera tienen alguna culpa.
Así, pues, es deber e interés de los pecadores trabajados y cargados, ir a Jesucristo. Este es el llamado: todo aquel que quiera, venga. Todos los que así van, recibirán reposo como regalo de Cristo, y obtendrán paz y consuelo en su corazón. Pero al ir a Él deben tomar su yugo y someterse a su autoridad. Deben aprender de Él todas las cosas acerca de su consuelo y obediencia. Él acepta al siervo dispuesto, por imperfectos que sean sus servicios. Aquí podemos hallar reposo para nuestras almas, y sólo aquí.
No tenemos que temer su yugo. Sus mandamientos son santos, justos y buenos. Requiere negarse a sí mismo y trae dificultades, pero esto es abundantemente recompensado, por la paz y el gozo interior. El yugo de Cristo, es un yugo forrado con amor. Tan poderosos son los socorros que nos da, tan adecuadas las exhortaciones, y tan fuertes las consolaciones que se encuentran en el camino del deber, que podemos decir verdaderamente, que es un yugo agradable.
No lo pienses más, no esperes más. Acércate a Jesús, ríndete ante Él y entrégale todas tus cargas. No cargues más, con aquello que no puedes más, y experimenta paz y quietud en Su presencia.
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Dios te bendiga y que tengas un excelente día.
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