Estando Juan el Bautista encarcelado, escuchó acerca de los hechos de Jesús; y aunque ya había visto descender sobre Él al Espíritu Santo el día en que lo bautizó, no había tenido la oportunidad de escucharlo o verlo haciendo los milagros que hacía en medio del pueblo. Y es por esta razón, que le pide a dos de sus discípulos que vayan a preguntarle si es Él, aquel Mesías prometido.
Cuando los discípulos de Juan le preguntaron a Jesús aquello que su maestro les había solicitado, la respuesta de Jesús fue: "háganle saber a Juan lo que oyen y ven". Él simplemente había podido responderles "Yo soy", como lo hizo en otras ocasiones, pero en esta ocasión, su respuesta se basó en que sus hechos y sus palabras hablaban de quién era Él; y acto seguido enumeró tales hechos: los ciegos reciben la vista, los cojos caminan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos vuelven a la vida y a los pobres se anuncia el evangelio.
Con esta respuesta, Jesús sabía que Juan entendería que definitivamente era Jesús aquel Mesías prometido. Con esta respuesta Juan entendería también que su misión en la tierra había ya terminado y por tanto, también sus días de vida sobre ella.
Si hoy nos preguntaran, "¿eres tú un hijo de Dios?", ¿podríamos nosotros responder de misma forma que lo hizo Jesús? ¿qué dirían nuestros hechos de nosotros?
En el capítulo 8 del evangelio de Juan, Jesús tiene una discusión con los fariseos, quienes alegan ser hijos de Dios e hijos de Abraham, pero Jesús les dice que si realmente fueran hijos de Abraham harían las obras que hizo Abraham y que si fueran hijos de Dios, le amarían. Pero que sus hechos daban testimonio de que eran hijos de Satanás.
Es por esto que debemos cuidar nuestras palabras y nuestras acciones, porque ellas dan testimonio de quienes somos. No podemos decir que somos hijos de Dios si en nuestras palabras abunda la mentira, si en nuestras actitudes abunda el odio, el rencor, la soberbia, la codicia, la avaricia, vicios o placeres de la carne. Un hijo de Dios se distingue en que lucha contra cualquiera de estas cosas, para que cada día se vean menos en su vida, hasta llegar a un punto donde desaparezcan.
Pero este cambio no puede darse con un simple propósito de cambiar de actitud, sino que comienza cuando recibimos a Jesús en nuestros corazones y viene a morar en nosotros el Espíritu Santo. Posteriormente nuestra vida se va transformando en la medida en que pasamos tiempo en la presencia de Dios en oración y con el estudio de Su Santa Palabra; pues hacerlo de cualquier otra manera, tan solo será intentar poner un remiendo nuevo en un vestido viejo.
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Dios te bendiga y que tengas un excelente día.
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