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En Mateo 18:6-9, nos
encontramos con una enseñanza muy importante de parte del Señor Jesús y son los
tropiezos. Pero antes de meditar en las palabras de Jesús, entendamos a qué se
refiere la palabra “tropiezos”.
Tropiezos: gr. σκάνδαλον, que
es una derivación de σκάνδαλο (escándalo) que significa: “acto, discurso,
comportamiento o evento que causa desaprobación, indignación, aversión, porque
entra en conflicto con las leyes de moralidad y la decencia”.
Visto desde este punto de
vista, lo que el Señor dijo en aquel momento fue: “Cualquiera que haga actuar,
hablar, comportarse o realizar cualquier evento a alguno de estos pequeños que
creen en mí, en contra de la moral y la decencia, provocando desaprobación e
indignación, mejor le fuera que se le colgara al cuello una piedra de molino de
asno, y que se le hundiera en lo profundo del mar”.
La ampliación de la palabra
“tropiezo”, nos deja ver el celo e indignación que le produce al Señor, que
alguien sea el causante de una mala conducta de parte de aquellos hijos de Dios
que han llegado a hacerse como niños. Y lo que dice es que, a tal persona, le
sería mejor hundirse con una piedra de molino de asno amarrada al cuello en el
fondo del mar. ¡Tal es el celo de Dios por esos hijos que han llegado a hacerse
semejantes a un niño!
Esto cobra mucha importancia
para los creyentes, porque el Señor no dice “Ay de aquellos que tropiezan”,
sino “Ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo”. Y es vital que todo creyente
lo entienda porque nos enseña dos cosas tremendas: primero, que el Señor ya
daba por hecho que era inevitable que, aun después de haber recibido a Cristo
en nuestros corazones, volviéramos a cometer pecados, o dicho de otra manera,
Dios sabía que por el hecho de ser cristianos no estábamos exentos de volver a
pecar, e incluso dice que es necesario que vengan esos tropiezos, tal vez
queriendo referirse que tales tropiezos servirían para la formación de nuestro
carácter y para que se hiciera evidente su amor, su gracia y su misericordia; y
segundo, que quien debe temer no es el cristiano que ha caído o tropezado, sino
aquel que es responsable de ese tropiezo o caída.
Los versículos 8 y 9 nos
permiten entender que los tropiezos nos permitirán darnos cuenta de nuestras
debilidades, y así poder luchar contra ellas. Es obvio que el Señor no hablaba
literalmente de mutilar nuestro cuerpo, que además es templo donde mora el
Espíritu Santo, sino de apartar de nosotros todo aquello que se convierte en
ocasión de caer. Si alguien roba tiendo dos manos, ¿dejará de hacerlo si corta
una de ellas? O si alguno mira con lascivia a una mujer, ¿cambiará por el hecho
de mirarla teniendo un solo ojo? Por supuesto que no, pues el mismo Señor Jesús
enseña que nuestras acciones se producen por lo que hay en nuestro corazón, y
en ese orden de ideas, deberíamos sacar es nuestro corazón, no el músculo que
se encarga de bombear sangre a todo nuestro cuerpo, sino aquel centro de
nuestro ser donde se generan todas nuestras actitudes y palabras.
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Dios te bendiga y que tengas un excelente día.
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