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En Mateo 18 nos encontramos
con que los discípulos querían saber quién era mayor en el reino de los cielos,
tal vez imaginándose que el mayor sería aquel que mostrara más milagros, aquel
que más demonios echara fuera, el que sanara más enfermos, el que demostrara
más autoridad o cosas semejantes.
Quizás, en sus corazones,
estaban pensando en los privilegios que podrían tener en el reino de los
cielos. Pero Jesús, llama a un niño, lo pone en medio de ellos y les dice: “De
cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el
reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es
el mayor en el reino de los cielos”.
Los niños tienen unas
características muy especiales, que hacen que su carácter sea el que Dios
quiere que haya en nosotros. Los niños son genuinos, no piensan en guardarle
apariencia a nadie, son sinceros a la hora de hablar, no fingen emociones, ni
son hipócritas, son ingenuos para la maldad, sensibles a la necesidad de las
personas y bondadosos. Los niños, además, creen sin mayor dificultad todo lo
que les dicen sus padres, y aunque venga alguien más para intentar convencerlos
de lo contrario, su credibilidad y confianza están en lo que sus padres les
hayan enseñado. Tampoco dudan de las promesas de sus padres, para ellos no
existe la más mínima posibilidad de que sus padres les fallen en aquello que
les han prometido.
Pero en la medida en que
vamos creciendo, vamos perdiendo aquellas cosas, hasta que, llegando a una edad
adulta, nos volvemos insensibles, egoístas, hipócritas, maquinamos el pecado en
nuestras mentes y corazones, mentirosos y muchas cosas más. Cuando Dios nos
promete algo, si al poco tiempo no vemos cumplida la promesa, nos llenamos de
dudas, nos argumentamos nosotros mismos que tal vez entendimos mal, o peor aún,
hasta podemos llegar a pensar que Dios nos mintió.
Y entonces continúa diciendo
el Señor: “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me
recibe. Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en
mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y
que se le hundiese en lo profundo del mar”.
Ahora, el Señor habla de la
labor que estarán haciendo aquellos que se han vuelto niños y es la predicación
del evangelio de salvación. Todo aquel que reciba a uno de sus discípulos, lo
está recibiendo a Él mismo. Pero también, a todo aquel que sea de tropiezo para
uno de sus pequeñitos, le iría mejor si pereciera en el fondo del mar.
Meditemos, cuánto de ese
carácter de niño hemos perdido con el pasar de los años, y esforcémonos por
recuperarlo. No permitamos que la edad adulta nos haga perder esa humildad y
sencillez que teníamos cuando éramos unos niños, porque precisamente eso es lo
que Dios quiere ver en nosotros.
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Dios te bendiga y que tengas un excelente día.
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